Guerra de Troya
Orígenes de Paris
París llegó a ser el
más bello, el más diestro y el más bravo de los pastores frigios. Oenona, ninfa
de los bosques, prendóse de él y llegó a ser su esposa; su unión fue feliz
mientras vivieron ignorados y solitarios. La celebridad alcanzada por París, fue
el peor escollo para su dicha: tomó parte en los juegos públicos de Troya y
triunfó de sus rivales, siendo reconocido por Príamo y acogido en
palacio.
La manzana de la Discordia
Habiendo sido invitados los dioses y las diosas, a las bodas
de Tetis y Peleo, solamente la Discordia fue excluida del festín, por temor a
que sembrase el desorden y la disidencia. Esta afrenta la hirió en lo más vivo y
de ella se vengó hábilmente. Al final de la comida aparecióse la diosa envuelta
en una nube y arrojó sobre la mesa una manzana de oro que llevaba grabadas estas
palabras: A la más hermosa. Y aquí principió la discordia.
El juicio de Paris
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Paris
fue llamado a actuar de juez entre las tres diosas que pusieron en juego todas
las seducciones posibles para tenerlo favorable. Hera le prometió riquezas,
Atenea la gloria de las armas y Afrodita que le daría la más bella mujer del
mundo. Afrodita fue la preferida y en medio de los aplausos del Olimpo obtuvo el
premio de la belleza. Celosas y humilladas sus rivales, resolvieron perder a
París, a su familia y a toda la nación troyana.
Paris en busca de Helena
Afrodita,
que había prometido a París concederle la mujer más hermosa que en el mundo
hubiera, eligió a Helena, hija de Tíndaro y esposa de Menelao, que vivía
felizmente con su esposo en su palacio de Esparta.
Ningún obstáculo
detiene a Paris: Afrodita le guía y le ayuda. Parte con un lujoso bajel; llega a
Esparta y desembarca en medio del más suntuoso aparato. Una gracia divina
resplandece en su persona. El monarca lacedemonio le recibe en su corte con
todas las demostraciones de afecto: le destina la más rica de las habitaciones y
en ella es servido por veinte esclavos atentos a satisfacer sus menores deseos.
En medio de las fiestas Paris no olvida un momento su proyecto y, para agradar a
Helena, emplea las palabras más amables, las miradas más afectuosas, los más
asiduos y obsequiosos cuidados.
Entre tanto Menelao se ve obligado a
marchar a la isla de Creta por un asunto importante, deja a su esposa y se
embarca.
El rapto de
Helena
Al hallarse Paris solo al lado de Helena le abre su corazón
y la conjura a que parta con él para Troya, su ciudad natal. Ella no sabe ya
resistir a aquel en quien no halla sino encantos y parte con él, renuncia a su
patria y abjura de sus sentimientos de esposa y de madre.
LOS
PREPARATIVOS DE LA GUERRA
Menelao
clama venganza
Al regresar Menelao y conocer el crimen del pérfido
huésped, hace estremecer con sus gemidos todo el Peloponeso y la Grecia. Los
capitanes, los príncipes y los reyes vecinos enardecidos por la palabra vibrante
de Menelao y ardiendo en deseos de vengar tan vergonzosa ofensa, reúnen en
Beocia y en el puerto de Aulis sus naves, sus corceles, sus armas y todos los
aparatos de guerra y se obligan a permanecer unidos hasta que Troya haya sido
tomada y destruida por completo.
El mando general de la armada es
conferido a Agamenón, rey de Argos y de Micenas y a la vez hermano del príncipe
ultrajado. Pero un prodigio inesperado se opone a la partida de las naves
griegas; en el mar no se advierte el más leve soplo de viento. Transcurren
semanas y meses, la calma continúa y los remos agitan en vano las inmóviles
ondas.
El sacrficio de
Ifigenia
Piden consejo al adivino Calcas, que guarda silencio; al fin declara que
es necesario aplacar la cólera de Artemisa ofreciéndole en sacrificio a
Ifigenia, primogénita de Agamenón (en una cacería, Agamenón habla matado
inconscientemente una cierva consagrada a Artemisa). «Solamente a este precio —
profetiza Calcas, — los griegos podrán abrirse camino por el mar y destruir los
muros de Ilion.»
Aterrado Agamenón al conocer el terrible oráculo y
dispuesto a no permitir que su hija sea inmolada, ordena a Taltibio, uno de sus
heraldos, que convoque a los jefes de la armada y les anuncie que no se
celebrará la proyectada expedición; y que, por consiguiente, pueden regresar a
su patria. Menelao, Ulises y el arrebatado Ayax no pueden soportar la idea de
que Helena sea abandonada en manos de los troyanos y retornar vergonzosamente a
sus hogares: ruegan y conjuran a Agamenón, halagan su orgullo, le hacen ver los
laureles que le esperan y el esplendor inmortal que recaerá sobre su nombre:
¿acaso sería él capaz de avenirse a ser pasto de las habladurías de toda la
Grecia y objeto de la burla de sus enemigos?
Los sentimientos del
amor paternal ceden poco a poco a los de la gloria militar; la ambición ahoga la
voz déla naturaleza. Agamenón accede al sacrificio que se le exige. Ifigenia no
se hallaba entonces en Aulis; habla quedado en Micenas al lado de su madre Clitemnestra con sus dos hermanas y Orestes.
Para darle motivo de que viniera al campo, su padre fingió que antes que
partiera la flota queríala desposar con el valiente Aquiles, con el que ya la
unían fuertes lazos de amor.
Al recibir la noticia, el corazón de
Ifigenia se inunda de gozo, pero al llegar a Aulis y conocer la horrible verdad,
desfallece ante la idea de la suerte que le espera; corre a su padre en demanda
de compasión; se vale de todos los medios para moverle a clemencia y viéndole
inexorable determina emprender la fuga con su madre.
Considerando después
los triunfos que se seguirían de su muerte, acepta resignada su destino; ella
misma hace los preparativos de su sacrificio y marcha con paso firme hacia el
bosque sagrado de Artemisa donde Calcas le espera. Este ciñe con una corona la
cabeza de la victima; invoca a los dioses y señala el lugar donde ha de
descargar el hierro fatal. Cae el hacha y todos perciben claramente el golpe;
pero en el mismo instante Ifigenia desaparece sin dejar rastro de su huida,
mientras ocupa su sitio una cierva de corpulencia extraordinaria y belleza
excepcional, tendida en el suelo y palpitante aun. Este prodigio enardece el
valor de los griegos; el viento sopla favorable y se hacen a la vela.
LA
GUERRA
Comienza el sitio de Troya. El
bando troyano.
Troya, sitiada por millares de combatientes, estaba
defendida por Héctor, hijo de Príamo,
Eneas, hijo de Anquises, Memnón, Polidamante, Euforbo, Sarpedón, rey de
Licia, y otros ilustres guerreros.
París
no está a la altura de la circunstancias.
Paris, que había jurado
a Helena mostrarse tan valiente como amante, no mantuvo en todo momento la
reputación de bravura que en su juventud había adquirido. Los placeres de una
corte opulenta le habían enervado.
Un día, empero, que los dos ejércitos
se hallaban frente a frente, Paris avanza a la cabeza de los batallones frigios
cubierto con una piel de leopardo, armado con un arco y una espada y provoca
valientemente a los más bravos capitanes griegos; pero cuando ve que Menelao acude a luchar con él, se
estremece de miedo y corre a refugiarse en lo más denso de las
falanges.
Reanimado por los reproches de Héctor, preséntase de nuevo a
combatir contra su adversario, y éste más fuerte o más diestro, estaba ya a
punto de triunfar, cuando Afrodita acude en
auxilio de su protegido, le envuelve en una nube y lo transporta a su
palacio junto a Helena. En otros encuentros mostró más valentía o fue más
afortunado.
Kylix del 485 aC.
Menelao, espada en mano, persigue a Paris, que huye y recibe la ayuda de Ártemis
y Afrodita.
Cómo acabó la vida de Paris.
Herido,
finalmente, por Filoctetes, y sintiéndose
próximo a la muerte, mandó que le transportasen al monte Ida, donde se hallaba
Oenona, que movida a compasión ante sus sufrimientos y pesares empleó todos los
recursos del arte para curarle, pero la flecha estaba envenenada y Paris expiró
a los pocos días, cuando transcurría el año noveno del sitio de Troya. Oenona,
demasiado sensible a la muerte de un marido veleidoso, se dejó consumir por la
tristeza y su cuerpo bajó al sepulcro a reunirse con el de
Paris.
Las gestas de
Aquiles
Orígenes de Aquiles. El
talón vulnerable.
AQUILES, hijo de la ninfa Tetis y de Peleo,
nació en Ftia, ciudad de Tesalia; su madre, que quería hacerle invulnerable,
descendió con él a los infiernos y le sumergió en las aguas de la laguna
Estigia, olvidándose de sumergir su talón.
Educación de Aquiles.
Aquiles fue
educado por el centauro Quirón, que le enseñó la música, la medicina y el arte
de combatir y le infundió vivacidad y con fuerza alimentándole con tuétano de
león.
Aquiles
travestido.
Para impedir que marchara a Troya, donde debía
encontrar su muerte, según había declarado el oráculo, Tetis le envió a la corte
de Licomedes, rey de la isla de Esciros, vestido de mujer. Entre tanto, y como
la ciudad de Troya no podía ser tomada sin la ayuda de Aquiles, Ulises fue a
Esciros disfrazado de mercader y ofreció a las
damas de la corte joyas y armas. Todas eligieron las joyas menos Aquiles
que se decidió por las armas. Esta elección le delató. Viéndose obligada su
madre a consentir su partida, le proveyó de un escudo fabricado por Hefaistos,
dándole además cuatro caballos inmortales. Acompañábale su mejor amigo Patroclo
y guiaba el carro su caballerizo Automedón.
Aquiles en Troya.
Llegado que fue
Aquiles ante los muros de Troya, desplegó extraordinario valor: venció a Telefo, rey de Misia, a Cycno, nieto de Poseidón, a Pentesilea, reina
de las Amazonas, y a Troilo hijo de
Príamo.
Aquiles toma a
Briseida
Después de haber sitiado y tomado a Lyrnese, ciudad de
Troade, pidió y obtuvo, como parte del botín, a Briseida, hija de Briseo, gran
sacerdote de Júpiter. La belleza de la noble cautiva, su juventud y su talento
cautivaron fácilmente el corazón del héroe.
Menelao le arrebata a Briseida
Aquiles
trataba a Briseida con todo el respeto y las atenciones que su rango merecía;
esforzábase en aminorar su dolor y endulzar la amargura de sus pesares, habiendo
conseguido hacerse amar por la cautiva, cuando Agamenón, jefe supremo del
ejército, hombre caprichoso y soberbio, abusando de su poder, mandó a dos de sus
oficiales que se apoderaran de Briseida y la condujeron a su
tienda.
Aquiles para vengarse
abandona el combate.
Ultrajado Aquiles por tal afrenta, juró no
pelear más por la causa de los griegos y se encerró en su tienda permaneciendo
un año entero alejado del campo de batalla. Agamenón reconoció, al fin, lo
injusto de su proceder y cuan necesario le era el brazo de Aquiles para poner
fin a las victorias de Héctor, y devolvióle Briseida acompañada de ricos
regalos. Pero era demasiado tarde; Aquiles se negó a aceptarla y permaneció
obstinado en su negativa de luchar a favor de los griegos. Ni los ruegos de los
generales, ni las reflexiones de Fénix, su viejo preceptor, ni las instancias de
todos sus amigos pudieron determinarle a salir de su inacción .
A la izquierda, dos heraldos
conducen a Briseida fuera de la tienda de Aquiles, quien permanece sentado,
llevándose las manos a la cabeza en un gesto ritual de lamento, ante
Patroclo.
El final de
Patroclo
Patroclo siguió el ejemplo de su amigo, compartió su
resentimiento y en adelante no apareció ya al frente de los batallones. Esta
discordia era fatal para los griegos y no podía durar por más tiempo; las
fervientes exhortaciones de Néstor decidieron a Patroclo a volver a su puesto de
honor. Aquiles le prestó su coraza, su casco y su espada.
Stamnos s. V aC. Patroclo se viste con la armas de
Aquiles, ante la mirada de éste
A la vista de las armas
de Aquiles los enemigos llenos de espanto emprenden la retirada. Patroclo
derriba todo lo que ante él se ofrece; Sarpedón muerde el polvo, los ejércitos
troyanos se precipitan sobre la ciudad lanzando espantosos alaridos, pero Apolo
tiene compasión de ellos y envía a Héctor contra Patroclo.
Héctor baja de
su carro y comienza el ataque. Los dos héroes luchan con igual valentía. A su
alrededor, troyanos y griegos, soldados y capitanes, se matan en confusión.
Silban los dardos, las flechas vuelan por los aires y la tierra queda cubierta
de cadáveres. En medio de la confusión general, Patroclo pierde su casco, su
coraza y su espada, y ofrece a su adversario una victoria fácil: Héctor se lanza
sobre él y le atraviesa de parte a parte.
Crátera del 500 aC. Muerte de Patroclo. Varios guerreros
sostienen el cadáver de Patroclo, cubierto por una túnica, mientras que su alma,
en forma de pequeño guerrero armado, vuela libre.
Aquiles reacciona ante la muerte de su
amigo
Al saber Aquiles la muerte de su amigo no puede contener su
rabia y siente renacer más ardiente que nunca su odio contra los troyanos. Toma
sus armas y obliga a los enemigos a refugiarse, en confusión, dentro de las
murallas. Solamente Héctor se niega a abandonar la lucha, no quiere retirarse
con los otros generales y permanece ante la puerta Escea, esperando impaciente
poder luchar con Aquiles cuerpo a cuerpo.
El combate de Aquiles con Héctor
Hécuba
y Príamo, temiendo por la vida de su hijo, le llaman, le tienden los brazos y le
conjuran a que entre en la ciudad: Héctor permanece sordo a sus palabras y a las
súplicas de su esposa Andrómaca, espera a pie firme y sin inmutarse al temible
hijo de Peleo. Aquiles se acerca esgrimiendo en su mano la formidable
lanza.
Despedida de Héctor y
Andrómaca
Entáblase el combate que por momentos toma
terribles proporciones. La victoria queda largo tiempo indecisa entre los dos
rivales. De repente Aquiles se da cuenta que Héctor está desprovisto de coraza,
dirige su lanza hacia el lugar que queda al descubierto y la clava en el pecho
del troyano que rueda por tierra, inerte. Y vencedor, le despoja de sus armas,
perfora sus talones y hace pasar una correa al través del sangriento agujero;
ata el cadáver a su carro, dirige sus corceles hacia las murallas y por tres
veces les da la vuelta (otros dicen que Héctor fue atado con un tahalí que !e
había regalado Ayax ).
Aquiles se ensaña
con el difunto Héctor.
No contento aun Aquiles con esta venganza,
ordenó que el cuerpo de Héctor fuera privado de los honores de la sepultura y
abandonado a los buitres. Pero a la noche siguiente cambió de resolución
conmovido ante las lágrimas del anciano Príamo que cayó a sus pies besándolos y
rogándole una y muchas veces que le concediera los restos de Héctor. El cadáver,
transportado a la ciudad, fue solemnemente incinerado. Andró-maca, Hécuba y
Helena hicieron resonar en torno de la pira cantos lúgubres de
desesperación.
(Boston 63.473; Attic black figure hydria; archaic;
520-510 bce) Aquiles arrastra el cadáver de Héctor desatendiendo la petición de
Hécuba y Priamo (a la izquierda) azuzado por Iris
Priamo suplica a Aquiles, tumbado sobre el cadáver de
Héctor
Funerales de
Héctor
Aquiles y
Polyxena
Un año antes de que fuera destruida Troya,
enamoróse Aquiles de Polyxena, hija de Príamo, pidióla y obtúvola por esposa,
pero cuando se acercaba al altar nupcial fue herido en el talón por una flecha
que París le disparó y esta herida le causó la muerte. Los griegos depositaron
sus cenizas en el promontorio de Sigeo, no muy lejos de la llanura de Troya,
levantáronle un templo y le rindieron honores divinos. Neoptoleno o Pirro, hijo
de Aquiles y de Deidamia, será mencionado con frecuencia en el transcurso de
nuestras historias.
¿Qué ocurrió con
Helena?
En cuanto a Helena, no se sabe exactamente cuál fue su
conducta durante esta guerra. Hornero asegura que la desdichada reina desde que
abandonó a su primer esposo suspiraba continuamente y maldecía el instante en
que había tenido la debilidad de dar oídos a un extranjero y fugarse de su país.
Muerto Paris desposóse con Deífobo, que era también hijo de Príamo; pero después
que Troya fue tomada le traicionó de la manera más indigna entregándole al puñal
de los griegos, esperando que este acto le valdría la reconciliación con
Menelao. Y así fue en efecto: el hijo de Atreo la perdonó y llevóla consigo a
Grecia donde le esperaban nuevos sinsabores. La muerte le arrebató a Menelao que
era su último apoyo: después fue echada del Peloponeso como si se tratara de una
calamidad pública y huyó a Rodas al lado de la reina Polyxo. Esta en el primer
momento la acogió bien, pero al día siguiente ordenó que fuese ahogada en el
baño y colgada de una horca.
Ayax
AYAX, hijo de Telamón, fue, después de Aquiles, el más valiente de los
griegos. Acudió al sitio de Troya con doce bajeles y distinguióse al
frente de los combatientes de Megara y Salamina.
Ánfora del 480 aC. Interrupción del duelo entre Héctor
y Áyax. En la escena, Priamo saca a Héctor de la batalla, quien le sigue a
regañadientas mientras mira hacia su oponente.
Muerto Aquiles, Ayax y Ulises se disputaron las armas
de este héroe y cada uno defendió su pretensión ante la asamblea de
capitanes. Ayax invocó las hazañas por él realizadas y las llevadas a cabo por
su familia. Ulises hizo constar con tanta habilidad como enardecimiento los
servicios que había rendido a Grecia; su elocuencia triunfó.
Lleno Ayax
de desesperación por una preferencia que creía injusta, levantóse de la cama
durante la noche y, en completo estado de delirio, empuñó su espada, recorrió el
campo de los griegos y creyendo dar muerte a Ulises, Menelao y Agamenón, degolló
los carneros y las cabras que pacían alrededor de las tiendas.
Vuelto en
sí de su alucinación y al ver que era objeto de burla por parte de los soldados,
hundióse en el pecho la espada que Héctor le había regalado. De la tierra
empapada con su sangre nació una flor semejante al jacinto, sobre la que se ven,
según dicen, las dos primeras letras del nombre de Ayax. Su muerte ocurrió antes
de que Troya fuese tomada. Los griegos le erigieron un magnífico monumento sobre
el promontorio de Reteo.
Teucro
Teucro, hermano de Ayax, le
había acompañado en su expedición a Frigia (Teucro y Ayax sólo eran hermanos de
padre. La madre de Teucro era Hesione, hija de Laomedonte); y era tan hábil
arquero, que decíase que había recibido del mismo Apolo el arco que manejaba. Al
volver a Salamina, su patria, después de la expedición, fue acogido por el
anciano Telamón con frialdad y de un modo hostil: «¿Dónde está tu hermano? ¿Qué
has hecho para vengar a tu hermano? ¿Dónde están las cenizas de tu hermano?». A
esta desconcertante acogida, siguió la orden de destierro perpetuo.
Teucro se sometió
sin abatirse y, acompañado de amigos fieles, se dirigió a Sidón donde residía el
rey Belo. Sabedor de sus desdichas y su constancia, le dio algunos colonos
fenicios con los que edificó en la isla de Chipre una ciudad a la que dio por
nombre Salamina en la cual sus descendientes reinaron muchos siglos. Lo que el
historiador Justino narra sobre el viaje de Teucro a España parece completamente
fabuloso.
Telefo
TELEFO,
hijo de Hércules y rey de Misia, casóse con una de las hijas de Príamo y se alió
con este monarca para defender la capital de su reino sitiada por los
griegos.
En un combate que libró junto a las costas de Misia, mató a
muchos de sus enemigos y obligó a los restantes a huir. Su victoria hubiese sido
completa si Baco, que protegía a los griegos, no hubiese hecho brotar de la
tierra una cepa de vid con cuyas ramas enredáronse los pies de Telefo,
ocasionándole su caída. Aquiles se precipitó sobre él y le hundió en su costado
el hierro de su lanza. La herida ancha y profunda causábale acerbos
dolores.
El oráculo de Delfos le anunció «que esta herida no podía ser
curada sino por el que la había causado». Solicitado Aquiles para que viniera al
campo de Telefo y curara su herida, respondió que no era cirujano y que no tenía
remedio alguno para este mal.
Pero Ulises, que sabía que Troya no podía
ser tomada si los griegos no contaban entre sus soldados con un hijo de
Hércules, explicó el oráculo de Apolo diciendo que la misma lanza que había
producido la herida debía curarla. Aquiles consintió en raspar con un cuchillo
la extremidad de su lanza y con la herrumbre que de allí sacó arregló un
emplasto que Telefo aplicó sobre la herida, cicatrizándose ésta y quedando, al
cabo de pocos días, completamente curado. Agradecido a este servicio, Telefo desertó del partido de Príamo y se unió al
ejército griego.
Los griegos y los romanos compusieron muchas
tragedias sobre Telefo, de las cuales ninguna ha llegado hasta nosotros. En
todas ellas aparecía este héroe, mendigo, vagabundo y colmado de infortunios;
los sucesos en que descansa esta tradición son hoy completamente
desconocidos.
EL FINAL DE LA GUERRA
Laocoonte. Sinon y la destrucción de
Troya
Cansados los soldados del ejército griego de la duración del
sitio de Troya y convencidos de que -esta ciudad era inexpugnable, pedían
ávidamente a sus generales que les reintegraran a sus hogares. El descontento
crecía de día en día y amenazaba una inminente sedición.
La estratagema de Ulises. El caballo de
Troya
Entonces Ulises, que fue siempre fecundo en tramar astucias,
concibió la estratagema más atrevida y más temeraria de que hace mención la
historia, aplaudida por los capitanes dispuestos ya a aventurarlo todo. A este
fin y con los abetos cortados en el monte Ida, hicieron construir un caballo
enorme, tan alto como los más elevados muros de Troya y capaz de albergar en su
vientre un batallón armado. Al mismo tiempo hicieron correr el rumor de que
desistían de su empeño de tomar a Troya y que aquel caballo gigantesco era una
ofrenda a Minerva para obtener por su intercesión un feliz retorno a su patria y
aplacar la indignación de la diosa por el robo del paladio.
En efecto,
después de haber introducido en el vientre del caballo los trescientos guerreros
más escogidos, entre los cuales se contaban Ulises, Pirro, Estáñelo y Menelao,
fueron a ocultar sus naves detrás de la isla de Tenedos, situada a poca
distancia de la orilla.
Al saberse en la ciudad la retirada de los
enemigos, los transportes de júbilo se desbordan por todas partes, las puertas
se abren de par en par y muchos se apresuran a salir para recorrer el lugar en
que acampaban los griegos y las llanuras que desde hacía tanto tiempo habían
ocupado.
Algunos contemplan con extrañeza la ofrenda hecha a Minerva y la
prodigiosa corpulencia del caballo.
La
juventud impetuosa pide que sea arrastrado hasta la ciudad e introducido
en la ciudadela; los más avisados proponen que sin más rodeos sea precipitado al
fondo del mar o que le prendan fuego.
La advertencia de Laocoonte
La incierta
multitud duda entre los dos extremos, cuando, para dar ejemplo a todos, Laocoonte, gran sacerdote de Poseidón,
arrebatado por la indignación, acude desde lo más alto de la ciudadela y les
increpa de esta manera: «Desgraciados, ¡qué ceguera tan grande la vuestra!
¿Estáis seguros de la definitiva retirada de los enemigos? ¿Creéis que un
presente de los griegos no encierra un engaño? ¿Tal confianza os inspira Ulises?
¡Tras estos pérfidos maderos se esconden muchos soldados enemigos!»
Dicho
esto, dispara con su robusto brazo un dardo contra la armadura que forma el
vientre y los flancos del monstruo. El dardo se clava allí y arranca un sordo
ruido de armas y armaduras suficiente para inspirar serias sospechas, pero el
pueblo no le concede ninguna importancia.
En este momento, llegan unos
pastores frigios y profiriendo grandes gritos presentan al rey, un joven
desconocido con las manos atadas detrás de la espalda. Este, lejos de huir al
verlos, se había puesto él mismo en sus manos: era un griego, hechura de Ulises,
que él mismo había amaestrado para el papel que debía desempeñar. Llamábase
SINON y era hijo de Sísifo.
DESTRUCCIÓN DE TROYA
El
discurso de Sinón.
Después que hubo llegado a presencia de Príamo, por
medio de un discurso artificioso que tenía todas las apariencias de la verdad,
convenció a este rey de que el embarque de los griegos no era una ficción y que
al construir un caballo de tamaño tan colosal sólo intentaban impedir que
pudiesen introducirlo en la ciudad.
Después añadió: «Si alguna .vez
pudierais conseguir emplazarlo en vuestra ciudadela, los griegos no intentarían
ya jamás atacar de nuevo a los troya-nos, sino al contrario, pues tales son los
designios de la suerte, los troyanos se enorgullecerían de poder un día
presentarse a las puertas de Micenas, ponerla sitio y devolver a los griegos
centuplicados todos los males y calamidades que ellos les han
infligido».
Las palabras de aquel pérfido produjeron en todos los
espíritus profunda impresión y el extraño suceso que a ellas se siguió hizo
desaparecer toda irresolución y duda.
La muerte de Laocoonte
Dos serpientes
de unas dimensiones monstruosas que habían salido de Tenedos, atravesaron el
brazo de mar que separa esta isla de la tierra firme, se lanzaron sobre
Laocoonte y sus dos hijos que a su lado estaban; se arrollan a sus cuerpos, los
destrozan con crueles mordeduras y les ahogan con su hálito envenenado, después
se dirigen lentamente al templo de Minerva hasta los mismos pies de la estatua y
se esconden tras de su escudo.
Liberan a
Sinón
Los troyanos llenos de admiración ante este prodigio, no se
detienen ya a deliberar. Quitan las cadenas a Sinon dejándole en completa
libertad para entrar en la ciudad como le plazca; derrumban un trozo de muralla
para abrir paso a la máquina fatal. Todos ponen manos a la obra, todos tienen a
gloria tocar las cuerdas con que le arrastran hacia la ciudad. Jóvenes y
doncellas cantan himnos en acción de gracias a Minerva, y el pueblo entero se
entrega a los excesos propios de un día de fiesta.
Fiesta nocturna y debacle
final
Mientras tanto y a favor de la noche, la flota griega se
acerca a la ribera. Los troyanos vencidos por la fatiga y el vino duermen con
sueño profundo. Sinon se dirige al caballo, abre la puerta practicada en su
flanco y por medio de largas cuerdas facilita el descenso a trescientos soldados
que inmediatamente ocupan los puestos estratégicos La armada, que a su vez ha
desembarcado, penetra en la ciudad por la brecha abierta en el muro blandiendo
antorchas incendiarias, prende fuego a la ciudad, saquea las moradas más
principales y hace una espantosa mortandad entre sus habitantes sin distinción
de sexo ni edad.
Pirro se siente animado en extremo de un furor que se
exacerba al recuerdo de la muerte de Aquiles; mata al joven Polites hijo de
Príamo, se lanza de nuevo sobre el mismo Príamo espada en mano y a pesar de sus
canas se la hunde en el corazón a presencia de Hécuba y ante el altar de
Júpiter.
Uno solo de los hijos de Príamo, Heleno, fue exceptuado de la
matanza, gracias a su condición de adivino. También Ante-nor, Anquises y Eneas
fueron perdonados porque siempre reprobaron la conducta de París y habían
aconsejado que Helena fuese devuelta a su esposo.
Los vencedores después
de satisfacer su venganza, retorna ron a sus barcos cargados de rico botín y
levaron anclas. Cuatro cautivas reales; Hécuba, viuda de Príamo, sus hijas
Casandra y Polixena, y Andrótnaca, viuda de Héctor, constituían el más bello
trofeo de su victoria..
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