Frankenstein
Autora Mary Shelley
Reseña escrita por Fernando Pineda
Mary Shelley cuenta a modo
de confesión,, en un prólogo de 1831 a su libro, que la historia
de Frankenstein nació casi como musa fantástica, durante el tiempo
que permanecieron ella y su marido, el poeta Percy Shelley, visitando
a Lord Byron en su residencia .Al momento de escribirla, la muchacha
tenía en aquel momento, apenas dieciocho años. La obra en un primer momento se
publicó como anónima.Frankenstein no es el nombre del monstruo sino del
científico que lo crea, contra lo que muchos imaginan, aquellos que no han
leído el libro.
Tampoco es un viejo loco sino un
joven que busca, creando vida, esquivar la muerte de sus seres amados. El
monstruo es abandonado por su creador, espantado por los resultados obtenidos,
y no es, como lo imaginaba Boris Karloff (su intérprete más famoso),
un monstruo necio y lerdo, con movimientos torpes, que sólo profería algunos
gruñidos, sino que tiene habla casi normalmente, posee sentimientos humanos, y
no es otra cosas que el rechazo de Frankenstein y de la sociedad el
hecho que lo convierte en un ser pendenciero y vengativo. El libro
de Shelley es una novela con elementos del periodo gótico como del
romanticismo, además de incluir un sutil pero inconfundible elemento
pro-feminista que nos recuerda que detrás del monstruo puede haber un hombre,
pero detrás de este hombre, nos encontramos con una mujer que empuña la
pluma.
Frankenstein, la novela, se le revela
al lector como un espejo estructural del mismo monstruo, porque el texto en sí
es efectivamente también un engendro misceláneo de pedazos removidos de
distintos sistemas, hilvanados con pasión y con deseo de inducirles vida, pero
donde se aprecian perfectamente los hilvanes que lo afean marcadamente. El
texto coexiste, casi de la mano del monstruo, pero no ha sido el suyo un
crecimiento armónico, sino una composición deliberada y voluntariosa a la que
la autora ha logrado infundirle una vida que aún palpita, pero que está llena
de reconvenciones ideológicas y de soluciones narrativas bastante torpes. La
fábula comienza con una serie de cartas que el explorador
británico Robert Walton, recién llegado de una expedición donde
buscaba el Polo Norte, escribe a su hermana, en un momento impreciso del siglo
XVIII.
En estas cartas le refiere su casi
milagroso encuentro, en medio de los hielos, con el señor
Víctor Frankenstein, oriundo de Ginebra y filósofo natural. A partir de
este momento, el narrador principal pasa a ser el
mismo Frankenstein quien narra su terrible historia a Walton:
cómo nació en una respetada y armónica familia —tan idílica que casi resulta
empalagosa y falsa al lector moderno—, cómo se trasladó
a Ingolstadt a estudiar filosofía natural y cómo concibió la idea de
intentar crear la vida a partir de materia orgánica ya muerta y usando la
electricidad como activador del nuevo ser.
Narra la creación de esa criatura
que, a partir de este momento, siempre va a ser llamada “el monstruo”, su
terror al enfrentarse con su fealdad, su irresponsable abandono de la creación
y todos los problemas y catástrofes derivados de ello. Más adelante, durante la
única conversación prolongada que sostienen la criatura y su creador, el
“monstruo” se convierte en narrador de su propia historia y el lector asiste al
proceso por el cual la criatura natural e inocente, abandonada por su “padre”,
adquiere trabajosamente los conocimientos necesarios para comprender el juego
social y las reglas morales, es rechazado de nuevo a causa de su fealdad por
las personas en quienes él había puesto sus esperanzas, y acaba convirtiéndose
en un asesino, matando a todos los seres queridos de Frankenstein.
Cuando éste termina de narrar su
historia a Walton, muere sin haber logrado dar caza al “monstruo”. Como la
misma autora se encarga de aclarar era “incapaz de soportar el aspecto del ser
que había creado, una vez salió huyendo de la celda y se refugió en mi
dormitorio...”. No habrá más excusas racionales a lo largo del texto que le
permitan al lector seguir la evolución de los sentimientos
de Frankenstein. Ni siquiera cuando consiente la conversación con su
“monstruo” y éste se exhibe como un ser sensible, moderado e ilustrado,
está Frankenstein dispuesto a conferirle algo de razón (claro que,
para entonces, la criatura ya ha ajusticiado al hermano pequeño de su
creador).La idea ancestral de que la belleza genera bondad y lo feo es reflejo
de lo malo parece estar arraigada fuertemente en el pensamiento tanto
de Frankenstein, como deWalton, como de los demás personajes principales.
Pero eso no resultará ser todo lo negativo.
El
“hombre natural”, el “buen salvaje” de las utopías rousseaunianas, acaba
convirtiéndose en un verdugo de inocentes por la maldad y el rechazo de la
sociedad bienpensante y, extrañamente, la autora termina por acusarlo a él, ya
que el narrador inicial, Walton, ya sobre el final de la novela, sigue
imaginando aFrankenstein un caballero pavorosamente desdichado, aunque
noble y bueno. El monstruo le niega a la criatura todo lo que le corresponde
por derecho natural: alimento, apoyo, formación, afecto, una compañera, hasta
un nombre propio. Todos los personajes de la novela tienen nombre, salvo la
creación. Por eso, justificadamente, el “monstruo” ha hecho suyo el nombre de
su creador para formar parte de los mitos modernos. Es por eso que cuando se
habla de Frankenstein, ya nadie piensa en Víctor, el temeroso.
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