Manuel Acuña
(Saltillo, 1849 - México, 1873) Poeta y
dramaturgo considerado uno de los más destacados y característicos
representantes del romanticismo mexicano. Su inflamado carácter
romántico, el lirismo que fue apoderándose, poco a poco, de sus anhelos
literarios y su naturaleza enfermiza conformaron paulatinamente unos
poemas en los que se advierten los destellos de su pasión y su genio
poético, características que la turbulencia de sus amores y desamores
irían acentuando, para conducirlo, en medio de la locura de amor
rechazado, al suicidio. El romanticismo del autor, sin embargo, incluyó,
como en otros autores de la época, la actividad política y periodística
y una visión filosófica liberal y positivista en que se reconoce el
peso de Ignacio Manuel Altamirano, verdadero mentor de la generación
romántica.
Manuel Acuña nació en Saltillo, capital del
Estado de Coahuila, el 26 o el 27 de agosto de 1849, pues las fuentes
difieren a veces en lo referente a la fecha exacta de su nacimiento, y
recibió la primera educación en el Colegio Josefino de su ciudad natal.
Adolescente todavía, apenas cumplidos los dieciséis años se traslada a
la capital de la República con la inicial intención de cursar estudios
de latinidad, matemáticas, francés y filosofía, para acabar luego
inscribiéndose en la Escuela de Medicina, cuyos cursos siguió a partir
de 1868.
Manuel Acuña
La incipiente afición a las letras se impondrá
muy pronto en el espíritu del joven aspirante a médico que, ya en 1869,
dispuesto a redimir a la humanidad por medio de la enseñanza, las artes y
las ciencias, se lanza a lo que va a ser una prolongada y fecunda serie
de colaboraciones en distintos diarios y revistas mexicanos. Manuel
Acuña comienza así a colaborar en las páginas de numerosas publicaciones
periódicas, como El Renacimiento (1869), El Libre Pensador (1870), El
Federalista (1871), El Domingo (1871-1873), El Búcaro (1872) y El Eco de
Ambos Mundos (1872-1873).
Influido a veces, como en Hojas secas, por el tardío romanticismo español de Gustavo Adolfo Bécquer y transido otras (en Ante un cadáver,
por ejemplo) de un materialismo que cuestiona la propia existencia de
Dios y se pregunta por el origen y el destino del hombre, por el sentido
de su vida en la Tierra, por las razones del amor y el desamor, por la
causa final de la injusticia, Acuña va adoptando un tono de encendida
protesta existencial y revolucionaria, que no se ve mitigada por la fe
religiosa o por el conformismo que debiera ser fruto natural de una
cierta madurez, pero que asume en sus poemas humorísticos descarnados
acentos de burla.
Perteneciente al Liceo Hidalgo, como su amigo el
poeta Juan de Dios Peza, funda con Agustín F. Cuenca la Sociedad
Literaria Nezahualtcóyotl, que se inspira en el ferviente ideario
nacionalista del escritor, educador y diplomático Ignacio Manuel Altamirano,
con su deseo de lograr que las letras mexicanas fueran, por fin, la
fiel expresión de la patria y un elemento activo de integración
cultural. El 9 de mayo de 1872, Manuel Acuña pudo ver cómo subía a los
escenarios mexicanos El pasado, la única obra dramática que ha llegado hasta nosotros (pues escribió otra, Donde las dan las toman,
que se ha perdido). Violentamente romántico, este drama plantea la
redención de una joven prostituta gracias al amor y, en sus páginas,
pueden ya rastrearse todas las características de la personalidad humana
y literaria del joven poeta; una personalidad balbuciente todavía y
que, desgraciadamente y por su propia voluntad, no tendrá tiempo para
llegar a sazón.
Su apasionado y no correspondido amor por
Rosario de la Peña, a la que elige como inspiradora de todos sus
escritos y el objeto de todos sus sueños, le dicta el poema Nocturno a Rosario,
la más popular y conocida de sus obras. Pese a cierta ingenuidad
romántica, que convierte a Rosario en la musa por excelencia de las
letras mexicanas, la elegancia de este poema, desprovisto de los
oropeles, efectismos y exageraciones que desmerecen algunas de sus
obras, puede hacernos pensar que se abría ante el joven Acuña un
prometedor y esperanzado porvenir literario. Pero el sufrimiento moral
puede llegar a ser insoportable, el amor desgraciado no engendra tan
sólo obras dramáticas o inflamadas creaciones literarias y, por lo
demás, como nuestro infeliz enamorado sabe muy bien, los héroes
románticos suelen morir jóvenes; ahí están para demostrarlo las
tumultuosas vidas de Byron y Shelley, ahí está también Larra llamándole desde el otro lado del Atlántico.
Manuel Acuña, envuelto en su aura romántica, no
desea recorrer el camino hacia la gloria literaria que sus jóvenes
escritos parecen reservarle y se niega a soportar una vida en la que su
pasión vaya paulatinamente extinguiéndose, privada del amor de su
esquiva musa. El 6 de diciembre de 1873 decide truncar las esperanzas
que en él se habían depositado y cierra, con el suicidio, el curso de su
existencia. Tendrán que pasar todavía muchos años para que los escasos
poemas de Acuña abandonen las fugaces páginas amarillentas de los
periódicos o revistas de la época y venzan por fin, ordenados en un
volumen coherente, el silencioso olvido de las hemerotecas.
Obras de Manuel Acuña
Impulsivo, con destellos de genio, la vida y la obra de Manuel Acuña se truncaron sin llegar a cuajar: becqueriano en Hojas secas y materialista en Ante un cadáver, llega a la ingenuidad romántica en su Nocturno,
que es el poema que le ha valido más notoriedad. Acuña es realmente un
romántico de primera época, con su significación de protesta
revolucionaria sin compensaciones, sin el consuelo de la fe y sin la
resignación que la madurez suele proporcionar o propiciar. Los
prosaísmos y la superficialidad que lo aquejan son pecados de juventud:
la sencilla eficacia de su popular Nocturno nos mueve a pensar en lo que podría haber sido el poeta en su madurez.
Los poemas de Manuel Acuña vieron la luz póstumamente con el título de Versos, que se cambió por el de Poesías en la segunda edición (París, Garnier, 1884), y por el de Obras
en la más reciente, o sea la publicada por José Luis Martínez (México,
1949). Produjo Acuña su obra poética entre 1868 y 1873, toda ella de
carácter lírico, si se exceptúa el ya citado drama El pasado, que figura en las ediciones a partir de la de 1884.
Aparte de un grupo de poemas que pudiéramos llamar ideológicos (los tercetos Ante un cadáver, El hombre,
etc.), los restantes pueden clasificarse en amorosos, patrióticos,
humorísticos, descriptivos y de circunstancias. Entre los primeros, es
uno de los mejores Resignación, motivado por su ruptura con Laura Méndez, al que siguen en mérito los tercetos A Laura y el Nocturno. De los patrióticos, son dignos de mención El Giro, Hidalgo, 15 de septiembre y Cinco de Mayo; de los humorísticos, La vida del campo y A la luna, y de los descriptivos, el rotulado San Lorenzo.
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